No todo es genética. Que existe otra multitud de factores que determinan nuestra existencia es de sobra conocido. Y tampoco se dejen deslizar por la fácil pendiente de asignar a la genética el papel de todo aquello de lo que, de momento, desconocemos su origen. Dicho esto de manera categórica, lo cierto es que todavía desconocemos en gran medida todo lo que llevamos escrito en nuestros genes y que en este campo hay tajo para aburrir y para descubrir.
Por ejemplo, para gusto los colores y para sabores, cada cual tiene el suyo favorito. Afortunadamente, no somos iguales y a los golosos empedernidos se les pone enfrente una colección igual de grande de personas que prefieren lo amargo. Luego vienen los científicos con sus tablas y estadísticas y nos dicen que existe una probada relación entre el gusto por lo amargo y el disfrute con las bebidas alcohólicas. Y no hablamos de alcoholismo, mucho cuidado, solo de relaciones entre sabores.
Pues ahora van unos listos y nos dicen que esta predisposición podría ser genética y que determinadas variaciones en el genoma hacen que percibamos de una manera más intensa el sabor amargo de la cerveza, por ejemplo.
Los trabajos en el laboratorio así lo apuntan. Según los autores, el desarrollo del sentido de lo amargo pudiera ser un mecanismo de defensa de nuestro cuerpo para detectar productos tóxicos en las plantas. Y de ahí el carácter hereditario —genético— de esta predisposición.
El estudio subraya que los receptores TAS2R1, TAS2R38 y el TPRV1 —este último receptor del calor y los dos primeros del gusto— son los implicados en la preferencia por las bebidas alcohólicas. Lo del receptor del calor tiene su sentido, ya que es el alcohol nos mete fuego en el cuerpo.
Aunque el estudio precisa una revisión y profundizar en algunos detalles, como por ejemplo ampliarlo a una muestra mucho más significativa, se extraen conclusiones interesantes. La más importante, lógicamente, es que sabiendo la naturaleza genética, resulta más fácil prever su aparición y por lo tanto es un punto de avance significativo para evitar conductas adictivas en el futuro (el alcoholismo).
No obstante, los propios autores remarcan que no lo fiemos todo a la genética, que en lo tocante a adiciones los factores ambientales son claves. Y que una cosa es contar con una herramienta que nos ayude a prever una adicción y otra es que nos dejemos llevar y apliquemos la muletilla de que “como es genética” no podemos luchar contra ello.
Referencia bibliográfica:
Alissa L. Allen, John E. McGeary, and John E. Hayes ‘Polymorphisms in TRPV1 and TAS2Rs AssociateWithSensations From Sampled Ethanol’ Alcoholism: Clinical & Experimental Research.
Eduardo Costas
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